Jesús, tras soportar un ayuno de cuarenta días —y estando aun debilitado— fue tentado por Satanás, que se le acercó con tres proposiciones. La primera se refería a la necesidad de sustento físico y la segunda trató de debilitar su confianza en Dios Padre. Entonces el diablo llevó a Jesús a la cima de una montaña y le mostró todos los reinos del mundo (ver Mateo 4:8) y le dijo: “Son tuyos, sin excepción. Solo arrodíllate, adórame y serán tuyos”.
La tercera tentación fue una prueba para ver si Jesús actuaría por su propia autoridad sin instrucciones de su Padre, pero Jesús rápidamente respondió al diablo, afirmando que adoraría al Señor Dios y le serviría solo a él.
Por muy atractiva que haya parecido la oferta del enemigo, Jesús nunca dudó en obedecer. El mundo sería ganado para Dios, y se ganaría mediante el sacrificio y la obediencia. El camino de la cruz sería el camino de Jesús hacia la victoria. Jesús nos enseña que el suyo no siempre es el camino fácil, pero ciertamente es el mejor y el correcto.
Una de las mentiras más sutiles del enemigo es: “Solo por esta vez. Nadie lo sabrá”. No solo te tienta a ceder y recibir las cosas que te gustaría tener, sino que también lo hace parecer simple y fácil. Dios nunca obra de esa manera. Él quiere que tengas lo mejor, y solo lo mejor, pero tiene que llegar a ti de la manera correcta.
Jesús venció cada tentación porque confió en la Palabra de Dios, de donde provenía su fortaleza. El diablo no puede luchar contra la Palabra. Finalmente, Mateo registra: “La prueba había terminado. El diablo se fue y, en su lugar ¡vinieron los ángeles!, y se ocuparon de las necesidades de Jesús" (Mateo 4:11).
La sabiduría que se puede obtener de esta experiencia es poderosa. Aun cuando estés siendo tentado, puedes estar seguro de que Dios no te dejará. Él permanece contigo para consolarte, atender tus necesidades y animarte. Nunca olvides que Él está tan cerca de ti como la mención de Su nombre. Él nunca te dejará ni te abandonará.
Mateo 4:1-11
La prueba
1-3 Luego, el Espíritu llevó a Jesús al desierto para probarlo. El diablo estaba listo para esa prueba. Jesús se había preparado ayunando cuarenta días y cuarenta noches. Por supuesto, eso le causó un hambre extrema, algo que el diablo aprovechó en la primera prueba:
—Ya que eres el Hijo de Dios, ordena a estas piedras que se conviertan en panes.
4 Jesús respondió con una cita de Deuteronomio:
—Está escrito: «Se necesita más que pan para vivir. Necesitamos cada palabra que sale de la boca de DIOS».
5-6 Para la segunda prueba, el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo sentó en lo alto del templo y le dijo:
—Ya que eres el Hijo de Dios, salta —y lo instigó con una cita del salmo 91—:
«Él ordenó a sus ángeles que te custodien dondequiera que vayas. Si tropiezas, te sostendrán; su trabajo es evitar que caigas».
7 Jesús respondió con otra cita de Deuteronomio:
—«No te atrevas a poner a prueba al Señor tu Dios».
8-9 Para la tercera prueba, el diablo lo llevó a la cima de una enorme montaña. Hizo un gesto abarcador para mostrarle todos los reinos de la tierra y el esplendor que los caracterizaba. Luego le dijo:
—Son tuyos, sin excepción. Solo arrodíllate, adórame y serán tuyos.
10 La negativa de Jesús fue tajante:
—¡Lárgate, Satanás! —y acompañó su reprimenda con una tercera cita de Deuteronomio— «Adora al Señor tu Dios, y solo a él. Sírvele con absoluta sinceridad».
11 La prueba había terminado. El diablo se fue y, en su lugar ¡vinieron los ángeles!, y se ocuparon de las necesidades de Jesús.
Oremos:
Señor Jesús, gracias por tu victoria sobre el diablo. Gracias por permanecer firme en la Palabra de Dios en medio de cada tentación. En tu nombre, oro por la sabiduría y la fuerza que necesito para derrotar al enemigo cuando me tiente. Amén.
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