A menudo la vemos como la ausencia de guerra, bullicio o vecinos molestos. Pero aquí, en el quinto capítulo de Romanos, Pablo enseña que Dios derrama sobre nosotros en lugar de eliminar las circunstancias externas. Cuando dejamos entrar a Dios, no nos convierte en ermitaños, sino que nos llena con el Espíritu Santo. ¡Y cómo nuestras vidas pueden expandirse y profundizarse con esta vida de resurrección obrando en nosotros!
Romanos 5:1-11
Desarrollo de la paciencia
1-2 Al entrar mediante la fe en lo que Dios siempre ha querido hacer por nosotros (justificarnos; hacernos aptos para él), tenemos todo resuelto con Dios gracias a nuestro Señor Jesús. Y eso no es todo: abrimos nuestras puertas a Dios y descubrimos en ese mismo momento que él ya nos ha abierto las suyas de par en par. Nos encontramos donde siempre habíamos esperado estar, en los vastos espacios de la gracia y la gloria de Dios, firmes y cantando nuestra alabanza.
3-5 Hay más por venir: seguimos alabando aun cuando nos acorralen los problemas,
porque sabemos cómo pueden estos desarrollar en nosotros perseverancia, y cómo esa perseverancia forja a su vez el acero templado de la virtud y nos mantiene alertas para lo que Dios haga a continuación. En una espera expectante como esta, nunca nos sentimos defraudados, sino todo lo contrario: ¡no podemos reunir tantos recipientes para contener todo lo que Dios derrama con generosidad en nuestras vidas a través del Espíritu Santo!
6-8 Cristo llega justo a tiempo para que eso suceda. No esperó ni espera a que estemos preparados. Él se presentó a sí mismo para esta muerte sacrificial cuando éramos demasiado débiles y rebeldes como para estar listos; incluso si no hubiéramos sido tan débiles, no habríamos sabido qué hacer, de todos modos. Podemos entender que alguien muera por una persona por la que vale la pena morir, y hasta entender que alguien bueno y noble nos inspire a realizar un sacrificio desinteresado. Sin embargo, Dios puso su amor en juego por nosotros al ofrecer a su Hijo en una muerte sacrificial aun cuando nosotros no le éramos de ninguna utilidad.
9-11 Ahora que estamos justificados con Dios por medio de esta muerte redentora —el sacrificio de sangre consumado—, ya no es cuestión de estar en conflicto con Dios de ninguna manera. Si, cuando estábamos en nuestro peor momento, llegamos a estar en buenos términos con Dios por medio de la muerte sacrificial de su Hijo, ahora que estamos en nuestro mejor momento, ¡imaginen cómo se expandirán y profundizarán nuestras vidas por medio de su resurrección! Ahora que hemos recibido esta extraordinaria amistad con Dios, ya no nos contentamos con expresarlo en una prosa aburrida, sino que ¡cantamos nuestras alabanzas a Dios por medio de Jesús, el Mesías!
Reflexión Bíblica
Tenerlo todo en orden con Dios
Eugene Peterson dice: “He traducido la frase ‘paz con Dios’ en Romanos 5:1 como ‘tenemos todo resuelto con Dios’, que aparece en otras traducciones.
La paz no es esa cualidad pasiva de no ser molestados; es la vida activa de participar en la obra de Dios en su creación. Decimos: ‘Dame un poco de paz’ a los niños que nos fastidian, y con esto queremos que dejen de interrumpirnos y de hacer preguntas constantes. La paz que el mundo da —si es que da alguna— es una remoción, una resta de algo que al final equivale a una disminución de la vida. Lo que Cristo da es una intensificación, un aumento, una adición a las vidas que normalmente vivimos. El tipo de paz que Jesús ofrece es “tenemos todo resuelto con Dios”. Y cuando lo tenemos todo en orden con Él, abre el camino para que también lo tengamos todo en orden con nosotros mismos y con los demás.
Oremos:
Señor, hoy te agradezco por la paz que no se basa en las circunstancias externas, sino en tu presencia en mi vida. Ayúdame a entender que tu paz no es la ausencia de problemas, sino la certeza de que estás obrando en mí, llenándome con tu Espíritu Santo. Enséñame a vivir con confianza, sabiendo que lo tengo todo en orden contigo. Permíteme ser un canal de tu paz en el mundo, llevando tu amor y gracia a los que me rodean. En el nombre de Jesús, amén.
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